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Chacalón

Chacalón, la voz que le cantó al amargo amor y al empeño provinciano, fue toda una leyenda en el Perú. Inauguró un estilo musical —la música chicha— en un país que antes solo escuchaba y bailaba huayno.

Detrás de ese éxito había todo un fenómeno social: sus letras tenían el susurro lastimado de los barrios más olvidados de Lima, de los provincianos soñadores, de los amantes furtivos, de los carcelarios que esperan pacientes abrazar a mamá, a un hijo, a una novia.

(El Comercio)
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No fue casualidad que el día en que murió, el 24 de junio de 1994, con fiebre y diabetes, convulsionando en una sala clínica, una legión de fanáticos hiciera vigilia y elevara oraciones para que mejorara. No pudieron, sin embargo. 

Sus primeras fiebres empezaron desde temprano, al amanecer, y aumentaron hacia el mediodía. Antes que le pusieran la última dosis de suero, Chacalón pidió ver a Dora, su esposa, y le dio un beso en la frente. 

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A las dos de la tarde habían empezado a llorarlo, pero Chacalón aún podía abrir los ojos y sonreír. A las cuatro y media de ese viernes de otoño, en los brazos de Dora, Chacalón moría.

Su sepelio fue televisado, duró tres horas y media, asistieron casi sesenta mil personas. Se cerraron avenidas y calles, incluso algunos mercados.

Fue algo nunca antes visto en el país: varias mujeres se desmayaron, los jóvenes se emborrachaban, sus familiares improvisaron y cantaron sus canciones mientras su ataúd avanzaba hacia el cementerio El Ángel, en El Agustino. 

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Hay quienes aseguran que hoy, veintidós años después, el líder de 'La nueva crema' aún se aparece en el Cerro San Cosme, vestido todo de blanco, envuelto en una luz.

Hay quienes le rezan y lo llevan tatuado en su pecho —a la altura del corazón— o en sus brazos, junto a Sarita Colonia . En su tumba del cementerio El Ángel , en El Agustino, cada semana aparecen rosas rojas. Pero el guardián aún no puede saber quién las deja, religiosamente, como si se trataran de deseos.

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LEYENDA
Su voz fue un icono. Bailaba hasta empaparse de sudor. Bajaba para tomarse fotos. Regresaba a casa en taxi. Uno podía verlo caminando por los barrios más peligrosos de Lima, en los mercados, en algún penal. Nunca le pasaba nada. Nunca le robaban. Dicen que cuando cantaba Chacalón, bajaban los cerros.

Sus conciertos se anunciaban como los 'súper tonos tropicales'. Las radios querían, en primicia, uno de sus nuevos temas. Cuando se presentaba en algún programa de espectáculos —que entonces eran pocos— la gente lo esperaba afuera de los canales para pedirle una foto, un autógrafo.

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Grabó más de treinta canciones en un año, el fruto de la melancolía. La más conocida fue 'Muchacho provinciano': "Me levanto muy temprano para ir con mis hermanos, ayayayay, a trabajar. No tengo padre ni madre, ni perro que a mí me ladre, sólo tengo la esperanza, ayayayay, de progresar".

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Su voz transmitía un fuerte reclamo social. Sus canciones —que incluso ahora son materia de estudios sociólogos— expresan una ideología. Con el fenómeno de su música aparecieron los 'chichódromos', esos lugares adonde la gente llegaba sólo para cantar y tomar cerveza; para ser, durante una noche al menos, un poco feliz.

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