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Un voraz incendio catastrófico envolvió el lunes las secciones altas de la catedral de Notre Dame de París mientras se realizaban renovaciones, poniendo en riesgo uno de los mayores tesoros arquitectónicos del mundo occidental ante la mirada atónita de turistas y parisinos.
El siniestro derribó la aguja de la catedral y se extendió hacia una de sus emblemáticas torres rectangulares, pero el jefe de bomberos de París, Jean-Claude Gallet, dijo que la estructura del recinto se salvó gracias a que se impidió que las llamas se extendieran al campanario norte.
Construida durante la Edad Media, la catedral de Notre Dame de París ha recibido a millones de fieles y visitantes durante siglos, que además de las figuras grabadas de santos y profetas, observan en el exterior la gran variedad de grutescos que adornan su estructura.
Se tratan de criaturas de piedra cuya función es proteger a la iglesia de los espíritus malvados. Cuando las esculturas también sirven para canalizar agua se les conoce como gárgolas, término que suele emplearse erróneamente para referirse a toda la familia de los grutescos.
Esta “colección” incluye tanto gárgolas como varias curiosas esculturas decorativas llamadas quimeras. Aunque estas últimas no drenan agua, comúnmente se les confunde con las “gárgolas” y son uno de los rasgos más famosos de la catedral de Notre Dame de París.
Si bien cumplen una función tanto decorativa como arquitectónica, durante mucho tiempo se tejieron mitos alrededor de las gárgolas, siendo uno de los más populares el relacionado con la figura de Juana de Arco.
Cuenta la leyenda que el día que la joven campesina francesa que guió al Ejército de su país en la guerra de los Cien Años contra Inglaterra, logrando que Carlos VII de Valois fuera coronado rey, las gárgolas cobraron vida al caer la noche para vengar su muerte y arrasar la ciudad.
Otra de los mitos más conocidos del magnífico monumento francés es la de la Puerta del Diablo. Todo comenzó cuando a un joven cerrajero de nombre Biscornet se le encargó la realización de la puerta lateral del recinto, que tendría el nombre de Santa Ana.
Abrumado, el artesano invocó al Diablo para que lo ayude a cambio de su alma. Así, culminó un impecable trabajo de orfebrería que fue aclamado y elogiado por todos, consiguiéndole la condición de “Maestro”.
Sin embargo, el Diablo no tardó en reclamar su parte del acuerdo, y comenzó a atormentarlo hasta que consiguió su cometido: el joven apareció muerto poco tiempo después y se dice que su alma todavía merodea por la catedral de Notre Dame de París.