Una ultrasecreta red de refugios nucleares que data de tiempos de la Guerra Fría yace varias decenas de metros bajo tierra en Moscú. Uno de ellos ha sido abierto al público en , el Búnker 703, un laberinto de túneles que servía como archivo para documentos secretos del Ministerio de Exteriores de la Unión Soviética.

“No hay ratas, no se necesitan botas de agua y no caen ladrillos sobre tus cabezas”, señala el aviso, no exento de ironía, colgado en su página web por la compañía que gestiona las visitas guiadas al búnker, cuyo nombre en clave era ChZ (Encargo especial)-703.

Y es que no se trata de una húmeda y estrecha red de alcantarillado, sino de un gigantesco subterráneo construido en plena psicosis nuclear después de la Segunda Guerra Mundial con la misma tecnología que el metro y que, de hecho, conecta directamente con el metropolitano.

“¡Escuchen! Ese es el tren que llega a la estación Pavelétskaya”, señala Yegór, el guía, ante el asombro de los visitantes, que solo tienen acceso al lugar desde hace un año.

Ni los vecinos saben aún hoy en día que tras una gran compuerta de metal y un modesto edificio de hormigón en el corazón de la capital se encuentra la antigua mina que sirvió de tapadera para la construcción del búnker entre 1948 y 1961, y que sigue camuflada como si el tiempo no hubiera pasado.

Una ultrasecreta red de refugios nucleares que data de tiempos de la Guerra Fría yace varias decenas de metros bajo tierra en Moscú. EFE/ Anush Janbabian
Una ultrasecreta red de refugios nucleares que data de tiempos de la Guerra Fría yace varias decenas de metros bajo tierra en Moscú. EFE/ Anush Janbabian

La visita comienza con un descenso de 43 metros de profundidad por una vetusta escalera de caracol de hierro no apta para cardíacos, ya que el ascensor tiene colgado el cartel de “No funciona”.

Compuertas automáticas y puertas estanca de casi medio metro de ancho, que se abren como en los buques de guerra o submarinos, debían resistir el impacto de una bomba nuclear en la superficie. Por ejemplo, en el Kremlin.

“Se construyó pensando en las armas nucleares de los años cincuenta. No resistiría una bomba atómica del siglo XXI. Este búnker no salvaría a nadie en la actualidad. Si estallara ahora una guerra nuclear, les aconsejaría que se marcharan lo más lejos posible de este lugar”, explica a Efe el guía.

Pero aquellos eran otros tiempos y la sensación que le invade a uno no es tanto de claustrofobia como de escalofrío al pensar cuán cerca estuvo el mundo de la tercera guerra mundial y la destrucción mutua asegurada.

“Esto es otro mundo, incluso otra civilización. Sientes lo que sentía la gente de esa época, la era de la disuasión nuclear”, apunta Yegór.

El búnker, que tiene una superficie de 1.600 metros cuadrados, es una pequeña aldea subterránea que incluye largos corredores con tuberías de hierro fundido y enormes túneles de forma circular de hasta 36 metros de largo en los que cabrían varias decenas de miles de civiles en caso de necesidad.

Uno de los compartimentos de la fortaleza subterránea, que estuvo operativa entre 1961 -año de la crisis de los misiles en Cuba- y 2005 -en pleno segundo mandato de Vladímir Putin-, era un archivo especial de documentos secretos y tratados internacionales.

Su mayor tesoro era el pacto Mólotov-Ribbentrop, cuya existencia fue negada por el Kremlin durante décadas, ya que, según muchos historiadores, dicho documento dio alas a Hitler para invadir Polonia e iniciar la Segunda Guerra Mundial.

Una ultrasecreta red de refugios nucleares que data de tiempos de la Guerra Fría yace varias decenas de metros bajo tierra en Moscú. EFE/ Anush Janbabian
Una ultrasecreta red de refugios nucleares que data de tiempos de la Guerra Fría yace varias decenas de metros bajo tierra en Moscú. EFE/ Anush Janbabian

En dicho archivo trabajaban especialistas del ministerio, que podían entrar y salir del búnker sin ser vistos tanto por la calle como por pasadizos especiales que conducían al metropolitano, además de que trenes de carga podían transportar equipos vitales o documentos para el búnker hasta una plataforma alternativa.

“Todo estaba destinado a que los documentos y papeles que se encontraban en el archivo resistieran el paso del tiempo, precisa el guía.

El búnker aún conserva las máscaras antigás de las que disponían sus inquilinos, trajes ignífugos, aparatos para medir la radiación, botiquines y otros equipos de supervivencia.

En principio, podría haber servido de refugio nuclear durante quince días, ya que dispone de sistemas de ventilación, electricidad y canalización, y equipos de oxígeno individuales.

Aunque el nivel de radiación es prácticamente inexistente, por cuestión de seguridad no se puede fumar o beber alcohol, aunque se puede alquilar el lugar para rodar películas, no en vano el decorado es insuperable, y existe la posibilidad de realizar visitas nocturnas.

Llegado un momento, se puede ver el mapa con toda la red de búnkeres ultrasecretos de Moscú, algunos de los cuales aún estarían operativos.

“Me gustó mucho. Es muy interesante. Pienso colgar las fotos en internet para que mis compatriotas vengan a verlo. En China también hay búnkeres, pero no nos dejan verlos”, comentó a Efe Li Han, un estudiante chino, que no dejó de hacer fotos durante toda la visita subterránea.

Ignacio Ortega / EFE

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